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Confinados. Solos

Director  |  23 de junio de 2020 (21:55 h.)
Perro durante el confinamiento
Artículo de Opinión del director de laesfera, Manuel Gutiérrez Sabio

 

Las primeras semanas del estado de alarma resultaron muy duras. Como tengo perro –un anciano “veterano de guerra” que parece un cachorrito, según me dicen- me aseguré de que podía sacarlo a la calle. Con medidas de seguridad: el tiempo estrictamente necesario, la movilidad cercana al domicilio, etcétera. En todo caso, mi prioridad era la que era. Familia, primero... Y el perro, que también es de la familia.

Como digo, durante las primeras semanas, el escenario parecía de guerra biológica, que al fin y al cabo no se sabe si es así. A las siete y media u ocho de la mañana, no había nadie en la calle. Solos: mi perro y yo.

Cuando veías a alguna persona, incluso te sobresaltabas. Pero lo cierto es que los pocos que deambulábamos nos saludábamos cordialmente, en cierto modo asombrados de ver a otro ser humano, aunque con cierto justificado recelo.. Desde la distancia.

Los animales, ya se sabe, tienen un sexto sentido, el que nos falta a muchos de los humanos. El perro me miraba, como preguntándome: ¿dónde están todos? Sabía que estaba pasando algo muy grave. Entiende muchísimas palabras y frases -más de cuatrocientas, he calculado por encima-, pero ¿cómo podía explicarle lo que estaba ocurriendo? Al final comprendió.

Lo he comentado con algunos amigos y amigas. No se si han visto una película: 28 días. Un chico que se despierta de un coma en un hospital londinense. No hay nadie. Sale a la calle, aún con la bata de paciente, y se encuentra un Londres desierto, vacío. Fantasmal.

En Ceuta, pasaban los días, las semanas… Hasta que se levantan parcialmente las medidas de restricción.

De pronto, llega  el día en que se abrían puertas, a cierta movilidad. Relajación, diría.

Desde primeras horas de la mañana del día en que se levantaba la parte más dura del estado de alarma la ciudad parecía una feria… O una fiera desatada, con todos los respetos. Realmente me asusté, por segunda vez. Como si hubieran soltado a personas enclaustradas, confinadas y se produjera una especie de euforia colectiva, incontrolable.

Relativamente normal, después de una catástrofe. Intentamos recomponernos. Sonreír a través de las mascarillas. Lanzar un beso con la mano. El perro me miraba otra vez, extrañado, pero contento.

El día en el que los niños pudieron salir a la calle por primera vez, una amiga –no nos pudimos acercar- me dijo que estaba emocionada. Yo también, le dije. Fue un día muy especial. Oír a los niños, verlos jugar, ver que la vida comenzaba a seguir adelante, los padres encantados de poder ofrecerles a sus niños una posibilidad de que todo iba a seguir adelante. Que podían sentirse seguros con ellos. Algo maravilloso.

Ahora bien, y perdonen que me haya dejado llevar por los sentimientos. Es éste el momento de la verdad. Es cuando no hay que bajar la guardia. El enemigo está ahí y es invisible.

De forma que todos debemos extremar las precauciones. Procuremos con nuestros actos, con nuestra responsabilidad, no tener que volver a sentirnos solos.

Salud.