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La ciudad de las siete mezquitas

Convallis Vitae | 23 de marzo de 2018

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Un imam granadino intenta aglutinar bajo su control a las mezquitas algecireñas.


 

 

Las mezquitas que proliferan en Andalucía no parecen querer sólo dar respuesta a una demanda de espacio para el rezo. Lejos de eso, la mayoría de los templos islámicos, locales y garajes reconvertidos en oratorios, ocultan un negocio lucrativo del que suelen vivir holgadamente sus promotores, administradores,  maestros de Corán y, ahora, líderes regionales.

Algeciras no se libra de la proliferación de espacios de culto islámico. Son siete ya las mezquitas que abren sus puertas cinco veces al día para que los fieles, marroquíes en su mayoría que desconocen lo que se cuece entre bambalinas, cumplan con el precepto de la oración. Llegado el viernes, un imam a las órdenes ideológicas de quien le paga el sueldo, pronunciará una jutba o sermón que ningún ente superior controlará. Mientras en Marruecos, país en el que los imames son funcionarios a sueldo del Ministerio de Asuntos Islámicos, los sermones vienen impuestos desde arriba, aquí cada cual difunde la doctrina que le dicta el corazón o que marque el que paga los sueldos.

Aunque parezca increíble, Algeciras tiene el mismo número de mezquitas que Sevilla. Diferentes asociaciones han proliferado y se han inscrito convenientemente para adaptar un local como lugar de culto. Casi ninguna cuenta con las medidas mínimas de seguridad ni con la habitabilidad para el uso a que se destinan. Muchas imparten clases de árabe culto y religión islámica. Los alumnos pagan por ellas. A las alumnas se les obliga a llevar velo en dichas clases desde que cumplen nueve años.

Las mezquitas pueden convertirse en un modo de vida para ciertos parásitos de la fe. La financiación de estos templos proviene sobre todo de las aportaciones de los fieles. Se pasa el cepillo los viernes. Se acometen obras pequeñas continuamente para las que se piden ayudas extraordinarias. Se sale a otras ciudades a pedir ayudas de mezquitas más ricas y se pide dinero a donantes extranjeros de países islámicos. Pero nadie rinde cuentas: la transparencia no existe y nadie la reclama. Entra dinero y nadie sabe en qué se gasta.

Ahora se suma un nuevo elemento al negocio de las mezquitas algecireñas: se trata de un musulmán marroquí, Lhacen El Himer, que quiere federar y poner bajo su control a todas las mezquitas a las que sea capaz de convencer. Y, luego, con ese respaldo popular en Andalucía, pretende arrebatar a Riay Tatari la representación nacional de los musulmanes. Sería todo perfectamente legítimo si Himer no fuera conocido en Granada por usar en beneficio propio las subvenciones que recibe su asociación. Considerado como un hombre ambicioso de ideología conservadora, varios medios de comunicación le señalan como un experto en apropiarse para su exclusivo interés de las ayudas que consigue de la Junta de Andalucía y del dinero que recibe del exterior: un auténtico profesional de la mercantilización de las mezquitas, algo a lo que parece que tendrán que acostumbrarse los miles de ingenuos fieles de Algeciras que acuden a rezar a diario, que aportan sus limosnas al templo y pagan las clases de sus hijos sin preguntarse jamás a dónde va el dinero que, con buena fe, ponen en manos de las juntas directivas de las mezquitas.

Por Ismael Ben Yusuf.